domingo, 4 de agosto de 2013

RECUERDOS DE CINCUENTA AÑOS

                        Luego de leer el comentario de Alfredo Fuentes en la entrada “Recreando la batalla de San Carlos” y revisar su blog (guerrerosaustrales.blogspot.com) sentí curiosidad acerca de qué se encuentra en la WEB respecto a los wargamers chilenos. La verdad es que existen pocos sitios y la explicación la dan los mismos blogeros: El poco desarrollo del hobby en Chile y la limitación en la oferta de figuras casi exclusivamente a la escala 1/72 de plástico.
                        Sin darme cuenta me encontré rememorando mi propia trayectoria en el desarrollo del modelismo militar y los wargames. Mis recuerdos me llevaron hasta los 4 años y entonces me di cuenta que casi han pasado 50 años en que he ido casi “a pulso” descubriendo y desarrollando un hobby que hoy, gracias a internet, está al alcance de la mano.
                        Es por este motivo que decidí parafrasear a Vicente Perez Rosales y contar mi historia a los wargames chilenos. Pido disculpas a los interesados en la Patria Vieja, pero es posible que mi experiencia, aunque fuera de tópico les sirva de estímulo o, al menos, los entretenga.  

LOS AÑOS 60:
                        Mi interés por la historia militar fue un verdadero “Reto al Destino”. En mi familia, la experiencia de nuestros antepasados militares fue más bien traumática: Incorporarse al partido carrerino durante la Patria Vieja la tuvo al borde de la desaparición y tuvo un costo económico que escarmentó duramente a los Benavente.  Con la excepción de Diego  José que incursionó en la política, todos se aislaron en sus campos para velar por su estabilidad económica. Mi padre salió del campo para estudiar psicología, ingresó al partido socialista y se casó con mi madre, educadora de párvulos y Normalista (los antiguos  sabrán lo que significa), por lo tanto: radical. En un ambiente de reforma universitaria y de  reivindicaciones sociales, no recuerdo haber oído mencionar la palabra “soldado”, sin embargo, mi primer contacto con lo que significa la milicia fue fortuito y a los 4 años de edad:
                        Acompañé a mamá a comprar a la Plaza Perú en Concepción y nos encontramos con una formación de cadetes de la Escuela Naval que se estaba preparando para rendir honores (no recuerdo a qué). La música militar y la marcialidad y disciplina de los cadetes mientras marchaban hasta su posición de alto me impactaron. El silencio posterior me permitió observar sus impecables uniformes con pantalones blancos que destacaban el negro de los fusiles Mauser y el brillo de las bayonetas. Al silencio siguieron órdenes ininteligibles que eran seguidas por secos y precisos movimientos de armas. Me maravilló la forma en que cada cadete formaba parte de un todo que semejaba un cuerpo con vida propia… Entonces sentí en mis hombros las cálidas manos de mi madre que me presionaban en un inconfundible gesto de apoyo, protección y…¡¡¡BAAAMMM!!! La descarga fue seguida por alaridos de terror, llantos de niños, risas nerviosas y el tintineo de los casquillos en el pavimento. Espantado miré a mamá que sonreía (después me dijo que sabía que iban a disparar, por eso me sujetó más firme) y luego… ¡¡¡BAAAMMM!!! Esta vez el tintineo en el pavimento fue casi musical y me entusiasmó la calma de los cadetes que entre el olor a pólvora, los gritos y llantos, maniobraban sus fusiles con una calma que contrastaba con la batahola reinante y los hacía ver como los únicos (además de mi mamá) que dominaban la situación. La tercera descarga la contemplé extasiado y estaba en una nube de emoción cuando se retiraban estos “Superhombres” al compás de la marcha de los Nibelungos… Así empezó todo, y como pueden ver lo recuerdo nítidamente. Luego vino la larga espera hasta mi cumpleaños para que me regalaran mis primeros soldados de plomo, que eran figuras semiplanas de cadetes de la escuela militar. Mi padre, siempre pacifista, prefirió regalarme la banda completa, algunos soldados con fusiles y unos pocos con uniforme rojo y pickelhaube disparando… Pero yo quería que mis soldados me defendieran de “los malos” y los instrumentos eran sofisticadas armas que penetraban las armaduras de los enemigos (piezas de ajedrez). En estos combates épicos los cadetes fusileros perdieron las puntas de sus fusiles y quedaron armados de “metralletas recortadas”. Desde entonces me olvidé de autitos, triciclo, futbol, etc. Y solo buscaba soldaditos… mi colección se incremento con algunos rechonchos americanos de bakelita y unos “multipose” que hice con plasticina armados con fusiles de fósforos hasta que en 1966 mi papá fue a hacer un Magister a la universidad de Minessota. Nosotros lo acompañamos y vivimos en Minneapolis, donde la oferta de figuras era inimaginable para un niño del Chile de esos tiempos.
Mis primeros soldados de plomo. Fueron y volvieron de EEUU
                        Como había pocos soldados que comprar en Chile, mi mesada se iba en los comics “Trinchera”, “U2” y “S.O.S.” que relataban historias fundamentalmente de la segunda guerra mundial (WWII). Por lo tanto, en gringolandia (que era entonces como es chilito ahora del punto de vista del comercio establecido), mientras mis papás hacían las compras de supermercado yo me iba a los juguetes y ajustaba mi mesada a los soldados (generalmente 54 mm) de esa guerra que podía comprar, hasta que en una visita al Mall “Plaza Apache”, en una juguetería encontré los soldados AIRFIX 1/72 que comenzaron a luchar en mi caja de arena (mi primer terreno de juego) junto a figuras de mongoles y vaqueros GIANT.
                        Tenía un amigo: Glenn Rank, que compartía la afición y le encantaba la bandera chilena de mis soldados de plomo (así como la costumbre de la once –le decían eleven- y el pan amasado por mi mamá), también jugamos un wargame de tablero tipo “WAR” que me hizo empezar a pensar que un dado era menos peligroso para mis soldados que las bolitas o los elásticos.
Los primeros AIRFIX que tuve

No eran muy detallados, pero para mí eran obras de arte.
 También compre rusos y japoneses
                        Cuando nos veníamos, me llegó una caja con soldados de la guerra de independencia de EEUU (AWI) que había encargado con un cupón de un comic. Alcanzamos a jugar poco con ellos y volví al desierto del wargame chileno. La familia de Glenn se trasladaba ese mismo año (parece que a New Jersey) y me anotó su dirección en la caja de una alcancía que me regaló. Por desgracia esa caja desapareció en alguno de los órdenes y aseos de mi mamá… Pero no dejo de recordar a Glenn y siempre lo busco en las fotos de convenciones de wargames, quizás algún día…

LOS AÑOS 70:
                        La falta de figuras poco a poco fue desplazando mi interés de los juegos de guerra hacia el ajedrez, lo que no impidió que le encargara soldados a una tía que, recibida de Tecnología Médica, fue a hacer una estadía en Arica. En esos tiempos en Tacna se encontraba de todo y el “Matute” era una institución, como ocurre siempre que hay restricciones a las importaciones. Así, me llegaron unos confederados y caballeros cruzados en 54 mm de la marca Timpo Toys. Estaban fuera de mi época de interés (WWII), pero eran bonitos y también fueron victimas de mi pistola lanza-elásticos, sin embargo, el ajedrez seguía ocupando mi tiempo libre hasta que… vi la película “Waterloo” de Sergei Bondarchuk  y Dino De Laurentis. Las masivas formaciones de vistosos uniformes me re-encantaron y desempolvé los soldados azules y rojos de la AWI. Obviamente debía pintarlos, pero también eso era tarea difícil. La témpera no agarraba el plástico (y se desprendía de mis cadetes de plomo, que aún sobrevivían, aunque solo en harapos), así es que compre lo único disponible, esmalte Tricolor en tarritos de 125 cc (los más chicos de las ferreterías). Pero no habían pinceles finos, por lo tanto debía usar mondadientes, lo que sumado a que debía mezclar colores, porque la oferta era limitada, significaba manchar todo. Después de la primera sesión de pintura mi mamá debió limpiar con aguarrás piso, cortinas, cubrecama, baño y toallas. No me retó, pero su cara seria y sus resoplidos mientras me fregaba la cara y manos (¡hasta los codos!) fueron una advertencia muy eficaz. Las próximas sesiones de pintura eran ritualísticas: Me ponía ropa vieja destinada al campo, manguillas y unos guantes viejos de cuero de mi mamá que me quedaban grandes. Luego empapelaba con diarios el piso y la cama, corría las cortinas y comenzaba. Al terminar, dejaba las figuras pintadas en la ventana, sobre un diario limpio, cerraba los tarros cuidando de limpiar los chorros de pintura y luego envolvía mondadientes y todos los diarios manchados. Sobre el montón dejaba guantes y manguillas. Al día siguiente, cuando el esmalte estaba seco (Si, demoraba un día entero en secarse) botaba los diarios y guardaba el equipo y pinturas.
Este es el cupón que encontré en un comic (parece que David Crocket) No sale la marca, pero en www.plasticsoldierreview.com dicen que son GIANT.


                         
Las distintas figuras, los números de cada una se ven en el cupón. El tamaño es aproximadamente 28 mm, excepto el "minute man" que es 25 mm como los AIRFIX.
                     El resultado, aunque tosco, era llamativo. Un ejército rojo y un ejército azul con 4 batallones que se distinguían por pantalones y puños de otro color, dos escuadrones de caballería y seis cañones comandados por un general a caballo se enfrentaban parapetados entre fichas de dominó, cocos de eucalíptus y regletas del sistema cuisenaire. Los proyectiles (uno por cañón cada turno) eran 4 postones en una bola de plasticina (las bolitas rodaban mucho) lanzados por una catapulta que compré en un viaje a Tacna cuando fuimos a ver a la Tía Nina a Arica. Cuando a un ejército le quedaban pocos cañones o veía que el enemigo estaba debilitado avanzaba para buscar el enfrentamiento (la caballería a doble velocidad, por lo que recibía menos tiros). La mélè se resolvía poniendo los soldados uno contra uno y tirando desde arriba postones sueltos, si el soldado caía boca abajo, se volvía a incorporar; en caso contrario estaba muerto y se retiraba. Las batallas eran a muerte y lograron entusiasmar a algunos compañeros de colegio, con los que compartíamos tardes completas. Sin embargo no había manera de que tuvieran sus ejércitos propios, ni yo podía aumentar el mío para recrear batallas históricas (soñaba con la carga masiva de caballería de Waterloo). Un verano pensé que podría reproducir mis soldados en plomo y traté de hacer matrices de yeso, pero no disponía del conocimiento necesario (tenía 13 años y no había internet, ni libros especializados) y fue un fracaso rotundo. Entonces me febriqué ejércitos de cartulina, calcando (no habían fotofopias, ni PC, ni scanners) unos soldados de la contratapa de la revista MAMPATO decenas de veces para formar dos ejércitos (Rojos y Verdes) pintados con lápiz Scripto (los únicos disponibles) con más de 100 soldados de infantería, 6 cañones con sus artilleros y 2 escuadrones de 14 jinetes por ejército, sin embargo, aunque bien pintados, los soldados eran planos y de una sola cara y no se veían bien en un “terreno” tridimensional. Aprovechando el impulso, usé una perforadora y los círculos de cartón forrado fueron pintados con un círculo azul o rojo y una línea del color distintivo del batallón. Los cañones se pegaban en el extremo de una tira de 1 x 2 cms y los jinetes en el medio de un “caballo” del mismo tamaño. Estos ejércitos ya se desplazaban por distancias medidas con regla y el dado marcaba los resultados del fuego de artillería y de las mélès. Así inventé mi primer reglamento de wargame napoleónico, Pero estos juegos ya no entusiasmaban a mis amigos y era muy engorroso desplazar uno a uno los círculos de cartón, nunca pude terminar una batalla y poco a poco el sistema me aburrió. En todo caso, ya las hormonas me estaban exigiendo ocupar mi tiempo en otras cosas y la adolescencia me convenció, erróneamente, que los soldaditos eran cosa de niños. Sin embargo, siempre me gustó leer y  la lectura siempre me mantuvo en contacto con la historia militar.

LOS AÑOS 80:
                        En 1977, a los 17 años me fui a Santiago a estudiar medicina en la Universidad de Chile (si, en Concepción hay universidad, pero era adolescente y la U. de Chile era LA UNIVERSIDAD DE CHILE), le gracia me costo bajar 8 kilos en 2 meses, fumar 15 a 20 cigarrillos al día, una gastritis crónica por las trasnochadas apuntaladas con café y arrancar de golpe y brutalmente los últimos vestigios de la despreocupada infancia que hasta entonces había disfrutado. Estudié mucho. Afortunadamente había Toque de Queda, asi es que los carretes duraban hasta la 1 de la noche y se podía llevar una activa vida social (desde las 20:00 hrs hasta la 1:00 son 5 horas en las que se puede hacer mucho) y mantener un desempeño académico adecuado, pero olvídense de pasatiempos. Recién en el tercer año de la carrera la presión disminuyó y empecé a encontrar que tenía tiempo libre y al año siguiente (1980) comencé a visitar las tiendas de hobbies que disponían de una amplia, pero limitada oferta de maquetas y soldados. Ahí encontré nuevamente los soldados AIRFIX 1/72, pero por tomar lo que había, volví a los tanques y soldados de la WWII. Pero mi presupuesto era limitado y nuevamente empecé a pensar en reproducirlos en plomo. Esta vez tomé los AIRFIX de la Guerra civil americana (ACW) y los hundía en yeso para luego tallar el yeso dándole forma a la matriz hasta la línea de separación del molde original. El problema es que era tedioso y era inevitable dañar el original. Un día se me ocurrió meter el original en plasticina y modelar la pasta con una herramienta casera, luego verter el yeso, sacar la plasticina, pintar con aceite de motor y verter la otra cara de la matriz de yeso. El resultado: ¡¡Éxito!!... pero era tarde, ya debía entrar al internado y de nuevo el tiempo era limitado. Me conformaba jugando en solitario o con un amigo de la universidad un juego de tablero que era un Wargame que inventé usando un reglamento y organización de los ejércitos basado en la guerra Franco-Prusiana (no recuerdo porqué elegí este período, pero era entretenido).
                        Terminé mi carrera y luego volví a Concepción a hacer una beca de especialización (7 años en Santiago fueron suficientes para escarmentarme), me casé y empecé a trabajar en el hospital de Santa Cruz (Sexta Región) en marzo de 1987.

LOS AÑOS 90:
                        Luego de un par de años de aclimatación a mi nueva vida de profesional y jefe de familia, nuevamente empecé a disponer de algún tiempo y… dinero. En ocasiones me entretenía armando tanques, que pintaba con témpera y luego los barnizaba (si hubiera sabido esto antes, mis cadetes  hubieran recuperado sus uniformes), también armé algunos soldados de 54 mm, pero esta vez usé acrílicos (¡¡nunca más esmaltes!!). También compré una “Enciclopedia” de modelismo donde salían técnicas de pintura y… ¡Oh, sorpresa! Como reproducir figuras usando la técnica del medio molde con plasticina, pero con silicona en vez de yeso. En un viaje a Santiago vi en una librería la revista “Military Modelling” y me suscribí a ella. Mes a mes aprendía nuevas técnicas de pintura, transformaciones y de historias de unidades napoleónicas, por lo que nuevamente retomé el rumbo de las guerras del “Caballo y Mosquete”, sin embargo a Chile no llegaban ni el Milliput, ni siliconas, ni las magníficas figuras que aparecían en la revista. En 1990 me trasladé a Curicó y pude comprar por correo (Aún no había internet) un kit para hacer matrices de silicona y reproducir soldados en plomo. Simultáneamente, a través de Military Modelling supe de Terry D. Hooker, especialista británico en los ejércitos de América Latina y editor de la revista “El Dorado”. Mantuvimos un agradable e interesante contacto epistolar y esto me derivó a mi actual interés: La Guerra de Independencia de Sudamérica.

                        Terry me enviaba gratuitamente las ediciones de El Dorado a cambio de información del ejército de Chile (Histórica, no se trata de espiar el estado actual de las FFAA). Esto me hizo buscar en bibliotecas (afortunadamente ya habían fotocopiadoras), revistas, libros que ya había olvidado, etc. A pesar de todo lo que le envié, incluyendo un par de artículos (uno publicado) de investigación, creo que sigo estando en deuda con Terry. No tengo dudas de que sin su impulso, ni la “Crónica Militar de la Patria Vieja”, ni este Blog existirían. Ya con un proyecto definido, empecé a modificar figuras napoleónicas AIRFIX y ESCI para representar unidades chilenas, logré hacer algunas figuras en plomo antes que se me acabara la silicona y a pintarlas. Ya a mediados de los ’90 internet era una realidad y con ella entraba a conocer la magnitud de un hobby que había desarrollado en solitario… Pero ya esto se prolonga mucho. En otra entrada completo estos “Recuerdos…”








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