domingo, 29 de noviembre de 2015

UN FUTURO IDEAL

                   Ordenando los archivos de mi computador, entre antiguas fotos y documentos me encontré con este archivo que estaba rotulado como "FundStgo". Lo escribí en julio de 2007 a petición de mi padre, quien,como buen padre, encontraba que mis habilidades literarias superaban a las suyas (lo que no era cierto) y deseaba darle un toque de originalidad a un "Homenaje a la Patria" que estaba preparando para leer en una reunión formal.
                   Al releerlo me sorprendí a mi mismo por lo esperanzador del mensaje y belleza del lenguaje (esa es mi opinión, el lector tiene toda la libertad de disentir). Creo que también es atingente a este BLOG, así como a la realidad actual de nuestro país.

                        El 15 de septiembre de 1541 don Pedro de Valdivia contemplaba las humeantes ruinas del caserío bautizado como “Santiago del Nuevo Extremo” siete meses atrás. Las lágrimas resbalaban amargas por su garganta, mientras sus ojos secos y compasivos recorrían las heridas de los cuarenta y ocho sobrevivientes de la heroica epopeya… El ataque de los indios los había dejado con lo puesto, tres cerdos, dos pollos y dos puñados de trigo. Casi todo se había perdido y no había posibilidad de recibir ayuda del exterior; estaban solos…
                        El conquistador sintió que su sueño había sido destruido y la angustia se anudó en su garganta. Las lágrimas, sin otra vía de escape, comenzaron a enrojecer y humedecer sus ojos. Para ocultar este momento de desazón, don Pedro descendió de su caballo, hincó una rodilla en tierra y bajó la cabeza fingiendo buscar algo en el suelo. Su vista nublada por la emoción permitió que su olfato percibiera, entre el humo y el olor a muerte, el aroma del poleo, la manzanilla y el romerillo; y pensó que rosas y claveles serían un buen complemento para esta tierra. Sus oídos se aguzaron y escucharon a tencas y jilgueros que competían en cantos de alabanza al sol primaveral; y sus recuerdos volaron con golondrinas, guacamayos y canarios que se sumaron a este coro majestuoso de vida en expansión. Volvió a inhalar profundamente y el aire le trajo gotas de humedad del río cercano, bordeado por pataguas y hualles, entre los que sauces llorones darían sombra a sus hijos, satisfechos por su trabajo diario y pudoroso abrigo al primer beso de amor de sus nietos.
                        Ese día, don Pedro de Valdivia hundió sus dedos en la tierra humedecida con la sangre derramada por aborígenes y españoles y la presión de su palma encontró la suave firmeza del pecho de la mujer que acababa de concebir un hijo. Entonces la brisa perfumó su barba y el sol coloreó la palidez de sus mejillas. El viento y el sol alisaron hasta desvanecer la preocupación que surcaba su frente y, con un largo y liberador suspiro, el Gobernador de Chile se incorporó con una sonrisa de determinación en sus labios.
                        Y la tierra cumplió su promesa… Los cerdos y aves de corral se multiplicaron y los puñados de trigo, sembrados y cultivados con igual esmero por caballeros y sirvientes, rindieron una cosecha de doce fanegas. Conquistadores y aborígenes trabajaron codo a codo y la tierra, regada por el sudor de dos mundos, brotó agradecida con abundancia.
                        Y el sol primaveral volvió a brillar año tras año, iluminando el juego cada vez más concurrido de niños de piel bronceada que crecían fuertes y orgullosos, al cuidado de madres de piel morena y padres de claros cabellos. Y esos niños poblaron el país, abriendo caminos a la sombra de espinos y maitenes que compartían el sol con álamos y eucaliptos, cultivaron la tierra sembrando junto a la papa y el maíz, el trigo y la cebada y plantaron a la sombra de piñoneros y avellanos, aromáticos cerezos y manzanos. Todo era acogido en el seno de la tierra generosa y multiplicado con esplendidez, hasta que ya no era posible distinguir entre las especies autóctonas y aquellas traídas de tierras lejanas.
                        Y así, cuando ya la sangre y la carne del visionario conquistador formaban parte del follaje de un bosque del Arauco indómito, su sueño de crear una patria en la que convivieran en paz el viejo y el nuevo mundo, se convertía poco a poco en una realidad plasmada en la naturaleza del país y en el homogéneo mestizaje de la nación chilena.
                        Pero la vanidad y el egoísmo del ser humano pueden destruir el sueño más hermoso. Por eso, cuando la comodidad y la desidia  amenazaban con derrumbar los logros de tantos sacrificios, la naturaleza con rápidos arrebatos de rebeldía derrumbaba, inundaba o abrasaba las orgullosas obras de los hombres, obligándolos a recordar aquel día en que el abatido conquistador comprendió que nada estaba perdido si se amaba la tierra y  se olvidaban las diferencias entre los hombres, para construir un futuro ideal.
                        De este modo los chilenos templaron su carácter y fueron haciéndose concientes de su propia identidad y, con la misma sonrisa de determinación con que Pedro de Valdivia decidió forjar la patria doscientos setenta años atrás, sus jóvenes descendientes proclamaron su madurez y derecho a la autodeterminación enarbolando un tricolor que simbolizaba un nuevo país y una nación soberana. Nuevamente la madre tierra debió enjugar lágrimas, estremecerse con los gritos de agonía y desesperación, empaparse dolorida con la sangre de sus hijos y recibir amorosa sus cuerpos sin vida. Al fin, cuando la luz de la razón auyentó las tinieblas de la locura fratricida; los hombres, mujeres, niños y ancianos contemplaron la tierra ensangrentada, los campos asolados y las construcciones derruidas por la espada de Marte. Pero la terrible visión no les amedrentó: Por sus narices penetraba el aroma de poleo, rosas, claveles y romerillo; el sol del amanecer era saludado por el canto de tencas, canarios, jilgueros y golondrinas que volaban rozando el agua de ríos bordeados por pataguas y sauces… los chilenos eran testigos del nacimiento de un nuevo país y serían los artífices de su patria.

                        Habían transcurrido  casi tres siglos desde que don Pedro de Valdivia había soñado con lo que se empezaba a materializar en los corazones de los hijos de esta tierra. Ese sueño, que quizás no era el sueño de un solo hombre, sino que las ansias de toda la humanidad, podía hacerse realidad en esta tierra que se simbolizaba ante el resto del mundo en la estrella solitaria que, desafiante y sin más recursos que la voluntad de alcanzar un ideal, brilla serena buscando su lugar en el universo.