sábado, 23 de noviembre de 2013

LAS PRIMERAS ESPADAS DE LA PATRIA VIEJA

                        Durante la guerra de guerrillas que siguió al Sitio de Chillán y hasta la batalla de El Membrillar, tanto los independentistas, como los realistas destacaron numerosas partidas de fusileros montados y lanceros que recorrían la asolada provincia de Concepción requisando cuanto podían para mantener sus ejércitos y evitar que el enemigo los aprovechara. En esta guerra semi-informal, los comandantes de las guerrillas debían actuar en forma autónoma, permitiendo que destacaran sus características individuales de astucia, inteligencia, valor y carisma. Los protagonistas e historiadores de la época han destacado a dos oficiales como las “Primeras Espadas”, es decir los mejores sableadores, de sus respectivos ejércitos: José María Benavente y Manuel Barañao. Ambos combatieron en casi todos los encuentros mayores y menores de la guerra, pero nunca se enfrentaron entre ellos, por lo tanto nunca podremos saber quien fue el campeón de la Patria Vieja… Estas son sus historias.

                        José María Benavente y Bustamante nación en Concepción el 10 de septiembre de 1785. Hijo del entonces subteniente de dragones Pedro José Benavente y Roa y de Mariana Bustamante y Roa-Guzmán. A los 10 años ingresó como cadete a los Dragones de la Frontera, retirándose en 1801 para hacerse cargo de una propiedad familiar, reingresa al ejército como capitán de milicias en 1810 con motivo del movimiento revolucionario. En abril de 1811 pasó a Buenos Aires con la expedición auxiliadora de Alcázar, pudo volver a Chile para integrarse al Ejército Restaurador de Carrera en abril de 1813. Se le destinó a comandar el escuadrón de Húsares de la Gran Guardia Nacional, cuerpo que dirigió durante todas las campañas de la Patria Vieja. Íntimo amigo del general José Miguel Carrera, su profesionalismo y valor le permitieron mantenerse en su puesto bajo las órdenes de O’Higgins. Sin embargo, después de Rancagua, cuando las pasiones dividieron al ejército en dos bandos irreconciliables, mantuvo su lealtad por Carrera, rehusando el mando del regimiento de caballería de exiliados chilenos que le ofreció San Martín y siguió a Carrera en todo su derrotero por la guerra civil argentina hasta su derrota final y captura en Punta del Médano. Su destacada actuación como brazo derecho y comandante de la caballería de Carrera le valió ser condenado a muerte junto a él. Sin embargo, a último minuto fue indultado gracias a las gestiones e su hermano Juan José Benavente, que ejercía el comercio en Mendoza, estaba casado con una mendocina y era amigo del coronel Manuel de Olazábal, quien intercedió por Benavente ante el gobernador Godoy Cruz.
                        A pesar de salvar la vida, José María Benavente fue conducido prisionero a Chile, de donde O’Higgins lo exilió a Brasil. En 1823, indultado por el gobierno de Freire, se le restituyó su grado de coronel y se le confirió el mando de la expedición de 2.500 hombres que debía apoyar a los restos del Ejército Libertador del Perú. Sin embargo, las condiciones militares y políticas del Perú indujeron al general Francisco Pinto a detener esta expedición en Arica y volver a Coquimbo. Sus integrantes se destinaron a reconquistar Chiloé y Benavente asumió la gobernación de Coquimbo, pudiendo casarse con Quiteria Varas-Marín y Recabarren, con quien estaba comprometido hacía muchos años (este compromiso le impidió cumplir con el deseo del general Carrera de casarse con su viuda, pero su hermano, Diego José, le liberó de fallarle a su amigo y desposó a Mercedes Fontecillas). En 1825 se le nombró comandante de los Cazadores a Caballo y volvió a asumir la gobernación de Coquimbo en 1826. El 13 de noviembre de 1827 fue ascendido a general de brigada y fue nombrado gobernador de Valparaíso, retomando luego la intendencia de Coquimbo hasta 1831, al parecer este cargo era de su completo agrado. Incluso en 1830 fue nombrado ministro de Guerra y Marina, pero no lo asumió, manteniéndose en el norte. Falleció en La Serena el 12 de octubre de 1833, sin dejar descendencia.

                        Manuel Barañao (Manuel Eraldón según Mitre) nació en Buenos Aires en 1790. No dispongo de la fecha exacta, ni de los nombres de sus progenitores, pero el apellido es de origen vasco. Llegó a Chile en 1809 trayendo comunicaciones revolucionarias a Juan Martínez de Rozas, pero con la intención de radicarse en Concepción y dedicarse al comercio. Aunque seguidor de Rozas, con su caída abandonó sus ideas independentistas y se incorporó al ejército de Pareja en 1813. A diferencia de Benavente, no tenía instrucción militar, pero hizo una carrera meteórica, impulsada por su ferviente realismo, inteligencia y valor a toda prueba. Gainza le reconoció su grado de teniente coronel en 1814 y le dio el mando de su vanguardia que debió enfrentar a O’Higgins en El Quilo. En este combate la oportunidad de ver a las dos primeras espadas de la Patria Vieja en un combate singular fue impedida por lo montuoso del terreno que obligó a Benavente a avanzar a pie contra la posición realista.
                        Cuando Osorio comenzó a reorganizar la caballería realista en Chillán, previo a marchar hacia Santiago, no tuvo dudas en encargarle al intrépido comandante Barañao que organizara y disciplinara al escuadrón de Húsares de la Concordia y que los ataviara con los espléndidos uniformes traídos de Lima. Barañao, al igual que Quintanilla lo había hecho con los Carabineros de Abascal, cumplió su cometido a cabalidad y su actuación en la batalla de Rancagua no desmereció su fama. Su temerario arrojo y deseo de humillar a los arrogantes españoles llegados con Osorio, lo condujo frente a los cañones independentistas cargados con metralla. Uno de estos cascos le destrozó el muslo, dejándolo fuera de combate e impidiendo que cruzara su sable con José María Benavente quien cargaría contra la caballería de Quintanilla al día siguiente.
                        Durante la reconquista y, a pesar de su herida que le dejó cojo para el resto de sus días, Barañao se mantuvo en servicio como coronel de los húsares. A fines de 1814 se casó con Josefa Valenzuela Santibañez y se le dio el mando del cantón militar de Quillota. En este puesto le cupo desbaratar la guerrilla de Traslaviña y a finales de 1816 trasladarse con su escuadrón a Colchagua. No Alcanzó a combatir en Chacabuco, pero no decayó su ánimo con la derrota y propuso un ataque sorpresa contra el Ejército de los Andes. De noche y llevando infantes a la grupa de los caballos de húsares y dragones. Siendo rechazado su plan por Marcó y Maroto, perdida toda esperanza de resistencia, se embarcó a Lima y pidió al virrey que le eximiera del servicio por su invalidez. Pezuela accedió a su petición y le permitió dirigirse a España para solicitar un cargo civil en pago a sus servicios por la causa del Rey.
                        El coronel Barañao salió hacia España en un barco cargado con cacao, pero fue capturado por un corsario argentino en octubre o noviembre de 1817; estuvo prisionero en Buenos Aires por algunos meses y luego de ser liberado, probablemente por su misma invalidez, pudo continuar su viaje a España. En premio a sus servicios se le dio el puesto de oficial real de la tesorería de Manila. En la capital de Filipinas (colonia española hasta su pérdida ante EEUU en la guerra hispano-estadounidense de 1898) se encontró con otros compatriotas: el gobernador Luis Urrejola y el oidor de la Real Audiencia Manuel de Elizalde. Ambos habían intercedido en la Corte de Fernando VII en 1815 abogando por evitar la represión y apoyar la recuperación económica de la recién reconquistada capitanía de Chile. Chacabuco les impidió regresar, pero la Corte fue generosa al reconocer su adhesión a Fernando VII, otorgándoles esos importantes cargos. El hermano de Luis, el presbítero Agustín Urrejola fue nombrado obispo de Cebú.
                        En Filipinas el año 1820, nació Diego, el cuarto y último hijo del matrimonio Barañao-Valenzuela. No se tiene certeza del tiempo de permanencia de Barañao en el archipiélago, pero en 1828 ya la Corte española se presentaba inquieta por la presencia de sudamericanos en el gobierno de sus colonias remanentes, pues la correspondencia con sus familiares de las nuevas repúblicas independientes podría inclinarlos hacia la independencia. De hecho, Urrejola fue separado de la gobernación en octubre de 1830 y, aunque ocupó el cargo nuevamente entre 1836 y 41, es probable que el antiguo húsar decidiera regresar en este período a Chile, donde seguramente tenía intereses económicos propios y los correspondientes a la herencia de su esposa.

                        Dedicado al comercio, no se le conocen más actividades públicas que la asistencia, con otros emigrados argentinos con los que mantenía lazos de amistad, entre los que se contaba el general Gregorio de Las Heras, a la celebración de los aniversarios de la revolución del 25 de mayo. Falleció en Santiago de Chile el año 1859.