sábado, 29 de noviembre de 2014

PENSAMIENTOS DE 55 AÑOS:

Un verdadero diorama de azucar. Parece que representa
la carga de los Granaderos a Caballo en Maipú.
                        En noviembre de 2014 ocurrieron dos aniversarios que me han hecho meditar con cierta profundidad. El 9 se cumplieron 25 años de la caída -incruenta- del Muro de Berlín y el 26 yo cumplí 55 años. Siempre los aniversarios son buenos momentos para recapitular las acciones y omisiones del pasado y proyectar planes para el futuro. Normalmente este tipo de pensamientos los destino para situaciones cotidianas que involucran a la familia y el trabajo, es raro que se incluya mi pasatiempo (lease historia militar, wargames, modelismo, Patria Vieja, Segunda Guerra Mundial, Independencia de Sud-América, Guerras Napoleónicas). Este año, sin embargo, mi pasatiempo estuvo presente desde que apagué las velitas: Adela, mi cuñada, se las ingenió para mandar a confeccionar una torta de cumpleaños especial para un “Niño Grande” como yo: 
55 años, si hubiesen sido velitas representaría el incendio
de Moscú de 1812.
                      Además de lo original, la torta estaba deliciosa, de panqueque con naranja, manjar y crema. ¡Muy buena!, los árboles, soldados y caballos también son comestibles con un sabor parecido al mazapán, lo único que quedó fueron los mondadientes que sujetaban árboles y soldados. Luego de tanto placer gastronómico me puse a pensar en el motivo de que, a pesar de estar 50 años metido en el hobby de los wargames, he completado tan pocos proyectos, dejando la mayoría a medio camino o, incluso, destruyendo o regalando algunos ya completados. Creo que la respuesta está en que ¡NO ME GUSTA LA GUERRA!. Si, si, ya sé que están pensando que me llegó el Alzehimer o que aún estoy con la resaca de mi cumpleaños, pero no, déjenme explicarme un poco:
Un Niño grande
                         El pasatiempo favorito de mi padre era la caza. Ya sea cazar perdices o tórtolas con escopeta o liebres y conejos con perros, no importaba. Su pasión era cazar y yo me divertía acompañándolo o cazando pajaritos para alimentar al gato mascota de turno con mi rifle de aire comprimido. Ya adulto salía a cazar solo para satisfacer algún capricho alimentario (conejo en escabeche, liebre asada, codornices al jugo o empanadas de perdices) y siempre cumplía mi objetivo, pues tenía buena puntería, hasta que, luego que nació mi primera hija, me di cuenta que ya no le acertaba a las perdices en vuelo…  Un día pude comprobar que… ¡no quería matar!. Efectivamente, voló una perdiz a 4 metros de mí, en vuelo recto, tuve 3-4 segundos al bicho en la mira y disparé sin darle… esa tarde, mientras volvía a casa, voló otra perdiz, pero ni siquiera la miré: Había perdido el instinto de cazador, porque no me gustaba matar. La contraposición vida-muerte, tan presente en mi profesión se agudizó mucho con esa “prolongación de la vida propia” que significa el nacimiento de un hijo y ya me hacía muy desagradable el enfrentarme a la decisión de matar… ¿cursi?, es probable, pero era una realidad.


 
Pero todavía soplo.
                       Me he dado cuenta que algo similar me ocurre cuando estoy jugando y tengo que retirar una figura “muerta” o cuando leo algún relato de alguna acción secundaria, esas que apenas se registran en el curso de la campaña de una batalla importante, pero en la cual murieron 20 o 30 hombres. Me quedo pensando en esas vidas perdidas en un momento que, ni siquiera vale un recuerdo… y me paralizo. Hay días en que estoy horas sentado frente a la mesa de pinturas y no puedo tomar los pinceles, porque con mi vista precaria y pulso tembloroso no me siento capaz de honrar la memoria de tanto hombre sacri-ficado en guerras que solo han servido para satisfacer mezquinos intereses económicos.
                        Y aquí llegamos al Muro de Berlín: En un reciente viaje a Europa, además de las visitas al museo del ejército y tumba de Napoleón en Paris y el museo del ejército en Viena, lo que más me impactó fue la siguiente visión:
 
El complejo fronterizo entre Francia y Bélgica en etapa de demolición. La foto fue tomada desde el bus, pues no es espectáculo que pueda llamar la atención a la mayoría de los turistas, pero se ve la maquinaria pesada en su labor.
                        Los campos que rodean esta frontera son preciosos, bien cultivados, con manchones de bosques (mantenidos por decreto) en los que es fácil ver ciervos pastando o corriendo. Pues bien, en esos mismos campos se desarrollaron los combates de la Primera Guerra Mundial y que alcanzaron su punto culminante en la batalla de Amiens. Obviamente, había que hacer un tremendo esfuerzo de imaginación para poder visualizar los pavorosos campos atrincherados y tierra de nadie de la Gran Guerra en esos terrenos en que la exuberancia de la vida parece gritar que nada puede ser tan importante como para destruir aquello. En esos mismos campos, pero en 1940 los Matilda ingleses trataron de detener la Blitzkrieg de los panzers de Guderian en su contra-ataque de Arras… Dos guerras mundiales, casi 65 millones de muertos… ¡que locura!. Y luego, sin necesidad de disparar un tiro, las fronteras desaparecen como si nada… justamente demostrando que las fronteras no son nada más que un símbolo que ha motivado millones de muertes en miles de guerras…
                        En Berlín el impacto fue aún mayor: Cuarenta y cinco años de guerra fría habían quedado reducidos a una línea de adoquines en el suelo… Pero también 45 años de paz habían permitido que una ciudad destruida en un 80% fuera reconstruida en su totalidad. Los viejos edificios y monumentos fueron recreados siguiendo los planos originales (previsión y eficiencia alemana), por lo que la historia se podía visualizar, aunque (quizás por sugestión) se notaba que no eran los originales, al menos no impactaban como Versailles o la plaza de Brujas con sus construcciones medievales.

La Puerta de Brandeburgo un símbolo tan visto y revisto que casi pierde su significado.

Esa doble línea de adoquines marca los cimientos del Muro de Berlín. A mi me impactó el significado de estos adoquines. Crucé dos veces de un lado hacia el otro... un gesto vanal en la actualidad... hace 25 años podía costar la vida.

Iglesia Luterana del siglo XVIII, construida durante el reinado de Federico el Grande. Reconstruida después 1945... mantiene la arquitectura original, pero "se ve" moderna.

Vista desde la ventana del hotel (curiosamente uno de los conserjes era talquino). a la derecha la torre de TV, símbolo de la DDR. a la izquierda el Angel de la Victoria, símbolo de la Unificación alemana de 1870 y de la RFA.
                        Ese es mi conflicto: tanto sufrimiento inútil, tanta destrucción de tantas maravillas, tantas muertes anónimas… y sin embargo, también en la guerra se expresan características, a mi modo de ver, exclusivamente humanas: El sacrificio por los demás, la autoinmolación, acicalarse antes de morir, compartir las penas y sufrimientos, solidarizar con el débil y la camaradería. En mis días pesimistas y depresivos, predominan los pensamientos negativos y la guerra se presenta con todo su horror. En los días luminosos y positivos, me entusiasmo por recrear en uniformes o wargames las virtudes humanas desplegadas en los conflictos bélicos…
                        Y bien, ahora estoy tratando de que un pensamiento positivo de una razón de ser a los conflictos mundiales: Al parecer, los europeos debieron sufrir una debacle de la magnitud de la Segunda Guerra Mundial (que en realidad fue una consecuencia inmediata de la Gran Guerra, o más bien, el período 1918-39 fue una tregua de un mismo conflicto) para poder aunar voluntades y comprender que existía una mejor manera de superar las diferencias y que la Comunidad Europea iba a significar algo mucho más fuerte y duradero que un acuerdo económico. Ahora solo falta saber cuántos conflictos armados más deberá soportar Sud-América para que se aúnen voluntades y se comprenda que después de una guerra solo se cuentan perdedores…

                        Siempre he pensado que si en Chile se hubiese enseñado la historia como realmente fue y se hubiera comprendido que la Guerra de Independencia fue una Guerra Civil y no una saga hollywoodense en que los buenos patriotas derrotaron a los crueles españoles, se habrían evitado la anarquía y todas las guerras civiles del siglo XIX. Asimismo, se hubiera encontrado una solución al conflicto social mucho menos sangrienta que la seguidilla de errores y ensayos del siglo XX que culminaron el 11 de septiembre de 1973. Desgraciadamente, veo que la interpretación y relato de la historia reciente, posterior a dicha fecha, sigue siguiendo el mismo esquema de buenos contra malos… así nunca aprenderemos de nuestros errores… yo seguiré intentando mostrar el período de la lucha por la independencia de Chile en forma objetiva, libre de prejuicios y de slogans. También trataré de continuar retratando al soldado anónimo y honrando su memoria de acuerdo a mis limitadas aptitudes… lamento no poder ofrecer más.

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